En un kilómetro cuadrado de Madrid hay más de 5.000 personas de media. En algunas poblaciones entre Guadalajara y Teruel, lo que se ha llamado ‘la Siberia española’, hay menos de una. La península ofrece un territorio compacto, casi cuadrado, bendecido con buen clima, orografía más o menos regular y contrastes climáticos poco problemáticos. Sin embargo, de puertas adentro, el esquema sociopolítico dista de tanta regularidad: no es que España sea un país de contrastes, es que es un país radicalmente desequilibrado.
No es únicamente una cuestión de población, ni siquiera de densidad. Es normal que en una sociedad como esta las grandes capitales concentren a la población y dejen vastas áreas rurales casi despobladas. En EEUU, por ejemplo, eso ha condicionado históricamente la forma de construir (mayoritariamente en horizontal) y la forma de vivir (no se vive tanto en las ciudades, sino en urbanizaciones donde el suelo pertenece a la familia).
Esos desequilibrios son típicos, y más acusados, en países de gran extensión (como EEUU o, por ejemplo, Rusia) o en aquellos más pobres (Filipinas concentra casi un 15% de su enorme población —para un país tan pequeño— sólo en la capital). España, sin embargo, ni es grande ni es pobre. Pero es desigual.
Hay capitales de provincia ridículamente pequeñas (como Teruel o Soria, que no llega apenas a los 40.000 habitantes) que, pese a su tamaño, concentran las instituciones propias de la capitalidad. Eso no sólo provoca desfases internos (un porcentaje elevado de la población es funcionaria, lo que hace que suba el precio medio de un municipio de este tipo), sino también externos: en el caso de Soria la provincia ni siquiera llega a los cien mil habitantes, lo que implica que uno de cada tres sorianos vive en la capital
La provincia como base política, demográfica y económica
La citada base política se construyó sobre esta retícula provincial. La idea era que el Congreso se convirtiera en una cámara en la que todos los rincones del país tuviera voz. Por eso se otorgó un mínimo de dos escaños a todas las provincias y se repartió el resto en función de la población. Eso genera, en consecuencia, enormes distorsiones: provincias con poblaciones sensiblemente diferentes que llevan los mismos diputados al Congreso y rincones muy despoblados con una representación desproporcionada.
Pero, ¿cuál es el mapa real de peso político en España? Según el BOE para las elecciones de este 26 de junio, las provincias de Madrid y Barcelona —dos de 52 circunscripciones— se reparten un quinto de la Cámara, con un 10% y un 8% de los escaños. A una enorme distancia, dos provincias valencianas (Valencia y Alicante) y dos andaluzas (Sevilla y Málaga) suman, entre las cuatro, otro 15% (4,5%, 3,4%, 3,4% y 3,1% de diputados, respectivamente). En total, seis provincias —de 52— de cuatro autonomías —de un total de 17— concentran un tercio del poder legislativo del país.
El mapa es un calco de la clasificación de provincias por población, aunque con los porcentajes muy cambiados. Según los últimos datos del INE (1 de enero de 2015), las seis provincias con mayor población son Madrid (6,3 millones), Barcelona (5,4), Valencia (2,5), Sevilla (1,9), Alicante (1,8) y Málaga (1,6).
Al contrario de lo que pueda parecer, si se compara el porcentaje de escaños que elige cada provincia respecto al total con el porcentaje de población que tiene sobre el total, el resultado es que Madrid y Barcelona son, con diferencia, las que tienen una representatividad más aminorada. Por contra, Badajoz, Huelva, Cádiz o Málaga (que no es pequeña) saldrían beneficiadas. Sólo Lleida tiene un 0% de desviación: igual porcentaje de escaños que de población.
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